Siempre he querido formar una familia, ser mamá, soñaba con ello desde hace mucho tiempo. Me gustaba la idea de tener 3 peques y he tenido la suerte de poder conseguirlo junto al mejor compañero.

Primero llegó Noa. Un embarazo muy bueno físicamente con algunas molestias al principio, pero muy llevadero. Durante este embarazo tuve ansiedad, palpitaciones que me hacían preocuparme porque pensaba que me pasaba algo más grave, que no conocería a mi tan deseada bebé. Esa ansiedad era fruto de muchas historias del pasado que me hacían sentirme insegura de alguna manera. Con los meses fueron pasando y al final tuve a mi pequeña. Fue un parto bastante rápido para ser primeriza, un parto bonito pero no tan respetado como pensaba en aquellos momentos.

A los dos años llegó Leo. El embarazo fue similar al de Noa, aunque mas cansada por ya tener otra peque. Volvieron miedos e inseguridades, así que intenté leer mucho, informarme. Hice un plan de parto con el que pensaba que sería suficiente… pero nada más lejos de la verdad. Llegó el parto, aún más rápido que el de Noa, entregamos nuestro plan de parto y no se respetó. No solo no se respetaron mis peticiones, siendo todo un proceso normal y de bajo riesgo, sino que me infantilizaron, me hicieron sentir mal y vulnerable. A pesar de todo eso, salí de aquel paritorio dando las gracias porque todo había ido bien. Este parto me dejó muy tocada, ya iba informada, no como en el anterior y fue mayor la impotencia y la tristeza. Para mi entorno todo estaba perfecto: parto rápido, madre y bebe sano, ¿qué más se puede pedir?

Con mi tercer bebé quería que todo fuera diferente, pero esta vez de verdad.

Una noche en la cama con Jose y los dos peques, estaba entre sueños y me desperté. Había soñado con mi tercer bebé. Le dije a mi pareja que íbamos a tener una niña, Mara.

A finales de agosto me quedé embarazada. Por mi cuenta empecé a preguntar por el tema de los partos en casa. Aunque era una idea que me gustaba bastante, me daba algo de respeto y Jose era algo mas reacio. Me recomendaron a Dora, la busqué, empezamos a hablar y decidimos quedar con ella. A nuestra primera cita íbamos con la idea de informarnos y ya decidir más adelante.

Recuerdo aquella tarde de 17 de noviembre perfectamente: estuvimos tomando un café y charlando. Ella estaba embarazada también de algo menos que yo. Cuando nos despedimos y nos montamos en el coche, Jose y yo ya lo teníamos claro, nos miramos y nos sonreímos tontamente afirmando que ya lo teníamos claro: queríamos recibir a Mara en casa, en un lugar cálido, rodeada de amor y seguridad. Dora nos transmitió todo eso que necesitábamos, es una mujer encantadora, con las ideas muy claras.

El embarazo seguía su curso y tuvimos otras reuniones donde conocimos a otras matronas, todas muy cercanas, disfrutan con su trabajo y eso se nota. En la segunda reunión que tuvimos conocimos a Blanca. Yo tengo la sensación de que esta mujer, solo con mirarte y hablar un poco sabe lo que tienes dentro. Nos encantó y nos encantaba la idea de que ella estuviera el día del parto. Pero eso dependería de muchos factores…

Las semanas antes del parto fueron muy revueltas emocionalmente. A la madre de Jose le detectaron cáncer y no pintaba nada bien. Se acercaban dos momentos totalmente contrarios, la muerte y la vida, y eso es difícil de gestionar. Queríamos que todo estuviera preparado en casa pero había muchos factores que no podíamos controlar aparte de todas las emociones encontradas. Intentamos estar lo mas relajados posibles dentro de la situación y al final como me decía Dora ¨todo cuadra¨ y el parto ocurrió como tenía que ser.

El 21 de mayo (40+4), estuve todo el día con molestias de regla, pero nada demasiado importante teniendo en cuenta los dos peques y demás historias en mi cabeza. Por la tarde se me descompuso la barriga, pero se me pasó. 

Dora vive en otra ciudad, pero justo ese día me avisó de que esa noche iba a dormir en Jaén por si a Mara le apetecía nacer…

Mi madre me acompañaba. Por la noche dormí a los peques y las molestias iban a más. Empecé a notar contracciones suaves, pero no quería que fuera esa noche porque Jose estaba con su madre a 50 km de donde estaba previsto el parto.

Me acosté sobre las 12 y estaba nerviosa pero no le dije nada a mi madre. Llamé a Jose y le dije que estuviera preparado por si acaso, que iba a intentar dormirme pero que la cosa se iba animando. Al final conseguí dormirme y a las 3 de la mañana me despertó una contracción. Fui al baño y estaba expulsando el tapón. Mara había decidido salir. Yo en un primer momento me enfadé porque quería que Jose estuviera desde el primer momento conmigo, pero me senté en la cama y me di cuenta que si ella había decidido ese momento sería por algo; tenía que confiar en ella, en mi cuerpo y dejar que las cosas fluyeran, porque cuando eso pasa todo suele ir bien, como ocurrió esa noche.

Primero llamé a Jose, que se puso en marcha nervioso. Después a mi hermana y mi cuñado que viven muy cerquita para que se llevaran con mi madre a los niños a su casa. Eran muy pequeños y no sabía muy bien cómo reaccionarían con este tema y yo quería estar totalmente entregada al momento. Cuando el parto estuviera más cerca, mi hermana vendría para acompañarme.

Sobre las 3:30 llamé a Dora, que me dijo que vendría en un rato. Curiosamente me dijo que llevaba unos días despertándose sobre esa hora… ¿casualidad? No lo sé, pero en ese momento a mi me hizo confiar en que todo iba bien, en que estaba pasando como debía de pasar.

Desperté a mi madre que se puso muy nerviosa, llegaron mi cuñado Blas y Jose, y se llevaron a los niños. Me quedé sola un ratito mientras Dora llegaba, preparando algunas cosas. Encendí 3 velas y puse Valtari, mi disco favorito de Sigur Ros y el que casi quemo esa noche de escucharlo en bucle hasta que Mara nació, pero era la única música que me apetecía.

Tenía contracciones cada vez más regulares, cada 4 ó 5 minutos, pero llevaderas aún. Me senté en la pelota a ver qué tal las llevaba ahí y la verdad que bastante bien. Llegó Dora y con ella la calma, no sé expresarlo, fue esa sensación de seguridad, de estar todo bajo control, que ya me dio total tranquilidad. 

Este parto sería también especial porque nos acompañarían dos bebés. ¡Ana y Dora estaban embarazadas!

Mientras llegaba Jose, estuvimos hablando y me dijo que ella conocía la música que sonaba. Para mí fue otra señal más de que ella tenía que estar en mi parto, pues no es un grupo que todo el mundo conoce.

Justo al momento llegó Jose. Estuvo preparando algunas cosas y, cuando ya se quedó conmigo, Dora nos dejó solos en el salón y ella se echó un rato.

En la pelota las contracciones eran llevaderas pero cada vez iban a más. Jose me masajeaba la espalda. Fui al baño varias veces, me duché, probé a sentarme en el sofá con la cabeza apoyada en la pelota, pero cada vez eran más intensas y me hacían respirar más fuerte.

A las 6:15 le dije a Jose que llamara a Dora, que ya empezaba a estar peor y quería que me mirara. Cuando ella vino nos dijo que por mi manera de respirar ya sabía que la cosa estaba avanzada. Me propuso un tacto y accedí: ¡¡¡5 cm!! Escuchamos el latido y todo estaba bien, ¡¡la cosa iba genial!!

Avisamos a mi hermana y Dora llamó a la otra matrona que había de guardia para que viniera: ¡¡Blanca!! Jose empezó a montar la piscina y a llenarla. Llegó Ana embarazada de 5 meses. Dora me masajeaba la espalda mientras yo me balanceaba en la pelota con cada contracción y empezaba a gemir cada vez más, agarrándome a los brazos de Jose o de mi hermana, que se ponían de pie delante de mí.

Sobre las 7:20 me vino una contracción, que no sé cuánto duró, pero para mi fue eterna y muy, muy dolorosa. Después me levanté de la pelota con ayuda de Jose para sentarme en el sofá, pero no podía: el dolor era difícil de controlar. Solo estaba mejor en la pelota, pero las piernas ya me temblaban de estar en esa posición tanto rato, así que fui al baño. Me vino otra contracción muy larga y me agarré al marco de la puerta arqueando mi espalda. Volví al salón y me metí en la piscina. No sé si por el agua caliente o qué, pero me vino una contracción brutal. Me coloqué de rodillas apoyando la cabeza y los brazos sobre el borde de la piscina. Me quité toda la ropa, todo me molestaba. En ella, me sentía con menos tensión, pero las contracciones empezaron a ser más fuertes y mucho más seguidas. Dora monitorizó a Mara para asegurarse de que todo seguía bien y yo ya empecé a evadirme más de todo mi alrededor.

A las 7:40 me empezaron a dar ganas de empujar y me dejé llevar. Con cada contracción notaba cada vez más presión. Empujar me aliviaba, sentía como Mara iba abriéndose camino. Las contracciones eran brutales.

Dora iba controlando y mi hermana me echaba agua calentita por la espalda. Jose allí conmigo agarrándome y animándome, pero yo ya no era muy consciente de quien había a mi alrededor. Tengo recuerdos borrosos de ese momento.

A las 7:47 noté algo como crujir: había roto la bolsa y me decían que salían burbujas del agua. Las ganas de empujar eran ya tremendas, incontrolables. Tenía la sensación de que me iba a partir; me empezó a quemar la vagina, empujé con todas mis fuerzas, puse la mano y noté el pelo de su cabecita. Nunca voy a olvidar ese tacto blandito y suave de su cabeza saliendo dentro del agua.

Blanca llegó más o menos en este momento, ¡¡¡justo a tiempo!!!! Se colocó a mi lado cogiéndome del brazo y dándome ánimos, diciéndome que yo podía. Jose y Dora estaban por atrás mirando con un espejo para ver cómo salía. 

Me vino otra contracción. Volví a empujar, ya no se ni con que fuerzas, y salió la cabeza entera: ¡que alivio! Ya no notaba el aro de fuego. Tocaba la cabeza. Seguían las contracciones y yo sólo tenía ganas de llorar; no podía más. Sólo escuchaba a Blanca a mi lado que me seguía animando. Empujé otra vez y noté cómo se giraba la cabeza y el cuerpo dentro de mí, ¡qué sensación más espectacular!

¡¡Último empujón!! Y nació Mara. La cogí con mis manos, me senté con ella dentro del agua y le quitaron una vuelta de cordón. Eran las 8:02 y no me lo creía, ¡estaba en una nube! Recuerdo mirar a todos y ver esa cara de emoción y felicidad, con Jose, con mi hermana y las dos mejores matronas que me pudieron acompañar ese día. Me sentí la mujer más afortunada del mundo.

Al rato me ayudaron a salir de la piscina con Mara en brazos, me tumbé en el sofá porque estaba algo mareada. Mara se enganchó al pecho. Alumbré la placenta; tuve un poco de hemorragia, así que me pusieron oxitocina y me cosieron un pequeño desgarro.  Me dieron de comer, ¡¡tenía muchísima hambre!! Yo aún seguía en mi nube de felicidad con mi bebé perfecta en mis brazos. 

Me llevaron al baño para que hiciera pis, allí, 4 mujeres metidas en 1 metro cuadrado, animándome para que lo hiciera: una abriendo el grifo y las otras, no recuerdo qué me decían, pero me reía. Es una tontería pero recuerdo aquella escena con gracia y con ternura. Parecía que volvíamos de una noche de fiesta. Fue la escena cómica de la noche.

Después me llevaron a la cama con Mara. Yo sólo quería dormir y allí nos quedamos tumbadas las dos, exhaustas. Recuerdo antes de irse Dora y Blanca, Dora se asomó al cuarto a decir adiós y se quedó unos segundos mirándonos. Su cara de felicidad la tengo grabada.

Ahora que han pasado los días tengo como recuerdos borrosos de algunos momentos, pero soy más consciente de lo que pasó esa noche, de que la vida a veces te pone en el camino a ciertas personas que son sanadoras, que a pesar de ser poco tiempo el que pasan contigo, dejan huella para siempre.

Gracias a mi madre por habernos apoyado siempre y por acompañarnos las últimas semanas, a pesar de mis nervios y de la situación tan difícil, siempre intentando lo mejor para todos.

Gracias a Jose, el mejor compañero de viaje que pude elegir, que me complementa tan bien y el mejor padre para nuestros tres pequeños.

Gracias a Noa y a Leo, porque sin ellos no hubiera llegado a tener este parto tan especial.

Gracias a mi hermana, siempre juntas.

Y gracias a Dora y Blanca. No pudimos tener mejor acompañamiento. Profesionales, empáticas, cercanas… Para mí, siempre serán las que me dieron la oportunidad de recuperar una parte de aquello que creía que me habían robado, pero seguía en mí: de ser capaz, empoderarme, de dejarme ser yo y poder parir, sola pero segura, a mi pequeña.

A Mara, 3,790 gr. de puro amor.